
Ni rastro de Kafka. No está escondido en el goulash que comes con avidez, ocre como un campo de batalla. Tampoco en las galerías comerciales, atestadas de turistas como tú. Vas buscando su estatua, y te despistas en cada calle y plaza. Te pasmas delante de cada escaparate y te cuesta mucho imaginar los tanques, donde ahora circulan los abundantes tranvías, los animosos turistas, la invencible alegría. La revolución de terciopelo es hoy el plumero que acaricia tu rostro. Incluso el pasado parece flotar ahora con un aroma dulzón, a trdelník. Buscarás a Kafka en los libros, no en Praga.













