
No deja de maravillarte cómo el viento, tan incorpóreo, es capaz de hacer tamaños destrozos. Así ves los árboles arrancados de raíz, el cepellón al aire, o golpeados, como un púgil poco diestro que antes de ir a besar la lona buscase el reparador abrazo y lo encontrase, en un esmerado ejercicio de geometría arbórea. Es posible que en el siguiente halón de Eolo los tres árboles besen finalmente la lona: el tupido manto de hojas caducifolias. O bien logren resistir a pie firme, como ese acebo minúsculo al que has visto desafiar las pisadas, plantado en medio del camino.
Deja una respuesta