
En la Plaza del Parlamento llama tu atención la plaza desierta. Ves los adoquines, ocultos siempre por las patas de las mesas y sillas. La soledad sonora brama su desamparo y confiere un rostro inédito a un espacio que durante semanas dejará de ser una plaza: el órgano vital de la ciudad por cuya sangre corren las palomas, el paisanaje, los turistas, la vida: la linfa urbana, en definitiva. Haces de la mirada un trávelin, del lamento un monólogo interior, sin audiencia. Presientes un futuro oscurecido; la mano pondera el grosor de la Muralla del Revellín. Temes que sea insuficiente.
Deja una respuesta