
¿Mejor ir a la oficina de turismo, recibir un mapa e instrucciones y luego visitar el pueblo de número en número como en el juego de la oca; o bien olvidarse de la oficina, del mapa, de los números, y deambular como vaca sin cencerro mirando todo sin entender la materia inaprehensible que encierran las cosas en su pasado, apenas un ligero contraste, idéntico calor, las mismas cuestas, el escaso frescor en los lugares de culto, las lucecitas de la buena esperanza de las notificaciones y sus reclamos? ¿Pero cómo se pudo construir ahí burlando de tal manera la gravedad?