Etiqueta: Pongamos que hablo de Logroño

  • La lectora de Bretón

    Es posible que algún turista, en su deambular por la calle Bretón de los Herreros, se detenga ante la figura femenina de bronce patinado ubicada frente al Teatro homónimo y repare en el libro sujetado con las palmas de las manos, sobre las piernas; también en el gesto ausente, distraído, sereno, incluso triste, al que nos aboca la lectura cuando es sugerente, una vez finalizada. Entre la algarabía reinante y la alegría vociferante exhalada desde las terrazas por la marea turística, la lectora de Bretón se erige como testigo silente. No brindará, ocupadas las manos en el pan de vida.

  • Planos de realidad

    Ya no eres un niño y sabes que cuando cierres los ojos la realidad no desaparecerá y seguirá ahí cuando los abras. Pero ahora sientes otra clase de miedo, menos específico, más terrible. Abrumado piensas que formas parte de un lienzo, que el edificio será borrado en cualquier momento, como sucederá también con los árboles, con las personas, hasta ser una mancha más de pintura al fondo. Decides convertir la amenaza en una oportunidad y ahí te espera la gloria, amigo: porque morirás para nacer en otro cuadro, en el Blanco sobre blanco de Kazimir Malévich. ¿Qué te parece, eh?

  • Plazas en pandemia

    En la Plaza del Parlamento llama tu atención la plaza desierta. Ves los adoquines, ocultos siempre por las patas de las mesas y sillas. La soledad sonora brama su desamparo y confiere un rostro inédito a un espacio que durante semanas dejará de ser una plaza: el órgano vital de la ciudad por cuya sangre corren las palomas, el paisanaje, los turistas, la vida: la linfa urbana, en definitiva. Haces de la mirada un trávelin, del lamento un monólogo interior, sin audiencia. Presientes un futuro oscurecido; la mano pondera el grosor de la Muralla del Revellín. Temes que sea insuficiente.

  • Una invitación a la lectura de William Shakespeare

    Antes de llegar a la Plaza del Mercado, ahora Rastro dominical, deambulas por la calle Herrerías, reparas en las ménsulas de la fachada en la abandonada casa de Maximino Hijón, en las cabezas de león de la puerta, mientras piensas en la historia almacenada ahí detrás, pero superas el silente Orfeón, y frente a la persiana bajada, reina ahora el silencio, no el entrechocar de vidrios, ni las alegres canciones, tampoco las bravatas del disparatado y orondo borrachín alzando el vaso. Tan solo el olor acre de la fiesta. Sabes que todo es una invitación a la lectura de Shakespeare.   

  • El pasado porvenir

    A la sombra de la torre de la Concatedral trasiegas una Alhambra tostada. La mirada desliza sobre la piedra: las ocho y ocho y holla las palabras en las crónicas de Antunes. Las mejores son las dedicadas a los amigos, como Cardoso Pires. Me haces mucha falta. El luso se pregunta una y otra vez sobre su escritura, sin encontrar respuestas. Crees que el día que las encuentre, Antunes dejará de escribir o estará muerto. Te saca de la lectura la voz de un hombre. Menta la Posada de las Ánimas, la cafetería Bahía: recuerdos inmuebles hoy sustento del olvido.

  • Las despariciones

    No solo las plantas carnívoras hacen desaparecer la materia; pensemos en hormigas, moscas, arañas… también entre las líneas del periódico local gratuito que ahora hojeas, compruebas cómo muchas palabras están mutiladas. De sobra sabes que si quieres fijar la atención ajena en un texto has de tacharlo, ocultarlo, desaparecerlo. Eso explicaría la agudeza del pergeñador del texto en su férrea determinación de ocultamiento, diseminada por el periódico. Incluso de elevar su práctica y magisterio a rango de titular, mostrando una confianza ciega en sí mismo. Capaz de plantar en un titular la palabra desaparecidas. Desaparecidas no, sino desparecidas. Un genio.

  • En mis herrores mando yo

    Ge ge ge ge o je je je je. Me río como me sale de las consonantes. Degen ya de tocarme los cojones con el lenguaje, con el enjuague vocal, con la cárcel gramática y la celada de las normas escritas. Y degen de aparcar delante de la puerta que no puedo salir y en el domicilio me consumo y me arresto domiciliario. Degen en paz a los demás y los demenos. Dégenme con mis tildes mis acentos mis erratas. Me degen confundir bes y uvres que me amamanten. Degen de darme el coñazo con las adversativas. ¡Prefiero las copulaciones!

  • Pesos y contrastes

    El corazón impreso en la crema del café, luego el regusto amargo en el paladar. Los sacos de arpillera en aparente equilibro. Fiel a la balanza y a los retruécanos buscas el fulcro, el punto de apoyo que te saque de la cafetería medio desierta, para recibir el bofetón del sol inclemente, el espejismo del asfalto, el latigazo de los aires acondicionados de los supermercados, la decibélica música de las tiendas de ropa, hasta llegar al oasis del parque del Carmen y su bóveda vegetal. Buscas un resquicio de banco inmaculado de palominas hasta perderte en la vertical del tronco.

  • El cielo en construcción

    Sabes quién hizo el cielo y la tierra. Pero luego hubo que edificarlo. Al alzar la mirada verás en el cielo en ruinas alguna promoción en marcha, porque el cielo no deja de expandirse y crecer hacia los confines. Las grúas juguetonas arañan la panza de burro celestial. Eso que se balancea en las alturas y te obliga a ir con cuidado buscando la vertical en la fachada de piedra parece una plancha metálica, o también la cama de un faquir. Sabes cuánta tierra necesita un hombre porque has leído a Tolstói. Respecto a cuánto cielo necesita, no sabrías precisarlo.

  • Las (no) desapariciones

    Míralas bien ahora que están de una pieza, antes de convertirse en otra cosa: en amasijo de hierros, en cuadro demediado, en algo irreconocible sin manillar ni ruedas, sin la firmeza del sillín. Mírate una vez más en el espejito y ofrece una despedida, porque nada podrán hacer por ellas los candados, las distraídas miradas de los viandantes cuando salgas del Bodegón y te golpee la ausencia, el vacío inerte. Entonces la mirada perdida, el porqué extraviado en la garganta, temeroso de salir. Míralas bien porque como en el juego del trilero, ahora las ves y luego no las verás.

  • La nulidad del viento

    El oído en la piedra no te trae la música de las esferas sino el sonido granítico del silencio. Tomas asiento para sentir el precario equilibrio en las nalgas, hasta que luego, de pie, tratas de emular a Perurena. Lo das por imposible cuando la espalda te suplica que cejes. Quizás sea una rayuela, oirías si atendieses al niño que llevas dentro. Podrás alcanzar la segunda bola, te preguntas cuando inicias el salto y caes desmadejado sobre el asfalto. Una señora con bastón te lo clava en las costillas y presiona con saña. Me confunde con una paloma torcaz, piensas.

  • Maremágnum

    No verás surgir del cementerio la escalera celestial, sí un carril bici que protegido te conducirá hasta tierras navarras. En el polígono Cantabria te recibe el olor del café tostado. Paras en el talud. Entre la maleza ves un acceso a otra dimensión. Eso piensas. Según la mirada entra en la oquedad ves cómo esta se va estrechando. Pero es una ilusión óptica. El acceso no es aquí un coito, ni la ilusión es una esperanza, solo posibilidades del lenguaje, acepciones o aceptaciones, en este maremágnum que te vuelve la cabeza del revés. Sí: spin, spin, spin the black circle.  

  • La memoria del vacío

    El interior es ahora el afuera, pasto de la intemperie y el desescombro. Asoman paredes pintadas, pero no verás el rojo del rubor sino el verde de la esperanza, ahora imposible. Has visto menguar el tamaño del inmueble cada semana; un truco más del Gran Prestidigitador, en las habilidosas manos, no invisibles, del Mercado. No oirás la algarabía de voces en el patio de luces, ahora apagadas, ni el arrítmico latido del corazón en la siemprencendida del salón, tampoco el trajinar de cazuelas en la cocina. Olvídate de los acelerados pasos pubescentes en la escalera. Memoriza el vacío y marcha.  

  • No tardo

    Penélope lo mira desde el umbral y le reclama un beso. Él se acerca y se lo da, estrechándola entre sus brazos fornidos. Él desconoce que luego la Odisea contará sus gestas, que el texto, ahora entre tus manos, se volverá inmortal. Siempre le trae Ulises algo después de sus múltiples viajes. No, no es un viajante, es un guerrero, un diplomático marcado por su sagacidad. Penélope tiene hoy un presentimiento. El umbral es en ese momento un abismo. Dos décadas llevan ya percutiendo en su cerebro las últimas palabras -fueron dos- de su amado a la partida: No tardo.

  • Extravíos

    Caminas por la calle, deambulas, flaneas, viento en popa a toda vela, la quilla el calzado, -náuticos gastados- hasta desubicarte. Achicas los ojos. Alrededor edificios clónicos de una ciudad que te ha parido con alopecia y miope. El desamparo es la periferia, el extrarradio, las afueras. Miras el nombre de la calle. Un pintor, un conquistador, una poetisa ¿importan a alguien? No hay locales ni bares ni panaderías ni guarderías. Sí una parada de autobús. Montas en el primero que llega. Eléctrico. No sabes adónde va. No importa. La angustia ya está en tu interior. Y no piensas dejarla salir.