
Míralas bien ahora que están de una pieza, antes de convertirse en otra cosa: en amasijo de hierros, en cuadro demediado, en algo irreconocible sin manillar ni ruedas, sin la firmeza del sillín. Mírate una vez más en el espejito y ofrece una despedida, porque nada podrán hacer por ellas los candados, las distraídas miradas de los viandantes cuando salgas del Bodegón y te golpee la ausencia, el vacío inerte. Entonces la mirada perdida, el porqué extraviado en la garganta, temeroso de salir. Míralas bien porque como en el juego del trilero, ahora las ves y luego no las verás.










